
Dismorfia corporal en hombres: cómo detectarla y afrontarla
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Durante mucho tiempo se ha creído que los problemas relacionados con la imagen corporal eran “cosa de mujeres”. Y aunque a día de hoy, la publicidad, las revistas o los programas de televisión sigan hablando de dietas, cuerpos perfectos o cánones de belleza femeninos, muchos hombres han ido interiorizando algunos mensajes a pesar de que el cuerpo masculino quedaba en un segundo plano. Sin embargo, este fenómeno ha cambiado radicalmente con la llegada de las redes sociales, los gimnasios convertidos en templos y la cultura del “cuerpo fit”.
Hoy, son muchos los hombres que viven con una preocupación constante por su físico, una sensación de “nunca estar del todo bien” o de que “si dejo de entrenar un par de días, lo perderé todo”. El problema reside en que esa autocrítica es muy fácil que se convierta en una obsesión y el cuerpo termina siendo una fuente de angustia más que de bienestar, derivando en un posible caso de dismorfia corporal.
La dismorfia corporal es un trastorno psicológico caracterizado por una preocupación excesiva por uno o varios defectos percibidos en la apariencia física, aunque esos defectos sean mínimos o incluso inexistentes. La persona que lo sufre pasa gran parte del día pensando en ese rasgo (por ejemplo, el abdomen, el tamaño de los brazos, la forma de la cara o el peso) y siente un malestar profundo cuando no alcanza el ideal que tiene en mente.
En el caso de los hombres, la forma más frecuente es la dismorfia muscular o vigorexia, un subtipo en el que la preocupación principal es no ser lo suficientemente fuerte o grande. Aun teniendo un cuerpo musculoso o atlético, la persona se sigue viendo “pequeña”, “débil” o “sin forma”.
Aunque pueda parecer algo bastante inocuo, no es una simple inseguridad o un motivo por el que querer mejorar: la dismorfia corporal interfiere en la vida cotidiana, afecta al estado de ánimo, a las relaciones sociales y, con frecuencia, también a la vida sexual.
La dismorfia cambia mucho de una persona a otra, pero existen una serie de patrones que suelen repetirse en muchos casos. Algunos comportamientos o pensamientos que pueden alertarte de una posible dismorfia corporal son:
Pensar varias horas al día en el cuerpo o en el físico. No solo por estética, sino con una preocupación constante por cómo se ve o cómo lo ven los demás.
Revisarse continuamente en el espejo o evitarlo por completo. Hay hombres que pasan mucho tiempo observando cada detalle y otros que prefieren no mirarse para no enfrentarse a su malestar.
Compararse de forma obsesiva. En redes sociales, en el gimnasio, en la playa… el cuerpo de los demás se convierte en un espejo distorsionado que amplifica la sensación de “no ser suficiente”.
Culpa o ansiedad al saltarse un entrenamiento o una comida “planificada”. La relación con el ejercicio o la alimentación termina siendo excesivamente rígida y controladora.
Aislamiento o evitación de planes sociales. No ir a la piscina, evitar encuentros íntimos o rechazar fotos grupales por miedo a no salir “bien”.
Uso de suplementos o anabolizantes sin control médico. Muchos hombres terminan buscando resultados rápidos, por lo que recurren a sustancias que ponen en riesgo su salud física y mental.
Dificultad para disfrutar del propio cuerpo. El cuerpo se convierte en un proyecto, no en una fuente de placer o conexión.
En resumen, la dismorfia corporal no se trata de cómo se ve el cuerpo, sino de cómo se vive ese cuerpo.
¿Por qué cada vez más hombres acaban viviendo en una guerra constante con su cuerpo? La respuesta está en una combinación de factores culturales, sociales y personales.
Durante décadas, la masculinidad tradicional se ha construido sobre la idea de fortaleza, control y rendimiento. El cuerpo, en ese modelo, debía ser funcional y poderoso. Con el auge de la cultura fitness y las redes sociales, ese ideal se ha transformado en un estándar estético inalcanzable: abdominales marcados, hombros anchos, cero grasa y una constancia extrema en el entrenamiento.
Las redes han amplificado este fenómeno. Los algoritmos premian los cuerpos “perfectos”, las rutinas extremas y las transformaciones radicales, creando una sensación de que todos están en forma, excepto tú. A eso se suma la presión implícita de competir no solo laboral o económicamente, sino también físicamente: demostrar éxito a través del cuerpo.
Por otro lado, muchos hombres han crecido sin educación emocional, sin aprender a nombrar o gestionar la inseguridad, el miedo o la tristeza. Cuando esas emociones aparecen, el cuerpo se convierte en el lugar donde se canaliza el malestar: controlar el cuerpo para no sentir vulnerabilidad.
Las consecuencias de la dismorfia corporal no se limitan a lo físico. La autocrítica constante desgasta la autoestima y puede desembocar en ansiedad, depresión o aislamiento social. En algunos casos, se desarrollan conductas alimentarias restrictivas o dependencias del ejercicio.
En la esfera sexual, como te adelantaba anteriormente, el impacto es más complejo y profundo de lo que parece a simple vista. Muchos hombres con dismorfia evitan el contacto íntimo o el desnudo por vergüenza, lo que afecta a su deseo, su erección o su capacidad para disfrutar. Otros intentan compensar esa inseguridad “rindiendo más” en la cama, lo que alimenta aún más la ansiedad de rendimiento.
El cuerpo deja de ser un espacio de placer y pasa a ser un campo de batalla donde se mide el valor personal a través de aspectos exclusivamente físicos, sin importar cómo nos sentimos y si estamos haciéndolo por placer o por presión.
Una buena forma de ser conscientes del problema es responder de la forma más sincera que puedas a preguntas como:
¿Tu estado de ánimo depende de cómo te ves cada día?
¿Te sientes culpable si no cumples tu rutina de entrenamiento?
¿Has dejado de hacer planes o de tener relaciones por inseguridad física?
¿Te comparas constantemente con otros hombres o con versiones pasadas de ti mismo?
¿Tu diálogo interno suele ser más crítico que compasivo?
Si respondes “sí” a varias de ellas, puede que tu relación con el cuerpo necesite un reajuste. Así que, toma nota.
Superar una dismorfia corporal no es cuestión de “pensar en positivo” ni de “dejar de preocuparse”. Requiere trabajo interno, autoconocimiento y, muchas veces, acompañamiento profesional. Estos pasos pueden ayudarte a empezar:
Reconoce el problema sin culpa. Aceptar que algo no va bien no significa que seas débil. La dismorfia corporal no es vanidad: es una forma de sufrimiento emocional que merece ser atendida.
Cuestiona las imágenes que consumes. Cada cuerpo que ves en redes está filtrado, editado o seleccionado. Limita el tiempo en redes y sigue cuentas que muestren cuerpos diversos, reales y saludables.
Cambia el propósito del entrenamiento. Entrenar no debería ser un castigo ni una forma de compensar. Recupera la conexión con el movimiento por placer, por salud y bienestar, no por apariencia.
Practica la autocompasión. Hablarte bien debería de ser algo básico: es una forma de cuidar tu salud mental. Cuando te mires al espejo, pregúntate si te estás hablando como lo harías con un amigo.
Practica el descanso y la flexibilidad. El cuerpo necesita pausa, y la mente también. Romper con la exigencia del “siempre más” te acerca a una masculinidad más flexible, libre y auténtica.
Busca ayuda profesional si el malestar persiste. Un psicólogo especializado puede ayudarte a reconstruir tu vínculo con el cuerpo desde el respeto y no desde el control.
Una de las claves para superar la dismorfia corporal es redefinir qué significa cuidarse como hombre. Cuidarse no es solo tener músculo o fuerza física; también es dormir bien, gestionar el estrés, hablar de lo que te pasa, cuidar tu sexualidad y tus vínculos.
El cuerpo no necesita ser perfecto, necesita ser habitado. Y cuando se habita con amabilidad, el bienestar físico, emocional y sexual florece de forma más auténtica.
La dismorfia corporal en hombres es un fenómeno cada vez más visible, pero aún rodeado de silencio. Aprender a detectarla y a hablar de ella es un paso esencial para construir una relación más sana con el cuerpo y con uno mismo.
El cuerpo no define tu valor. Tu valor está en cómo te tratas, en cómo te escuchas y en cómo te permites vivir dentro de ti.