Parents talking with their teenage child in a relaxed, trusting environment without long lectures or uncomfortable talks

No más “tenemos que hablar”: recursos para abordar temas sensibles con tus hijos sin dar discursos

Escrito por: Andrés Suro

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Tiempo de lectura 5 min

Hay tres palabras que generan pánico instantáneo en cualquier contexto: “tenemos que hablar”. Suenan a sermón, a regañina, a algo incómodo que hay que soportar con la mandíbula apretada. Y, sin embargo, cuando llega el momento de tratar temas delicados con nuestros hijos, solemos caer una y otra vez en esa dinámica: discursos “solemnes”, demasiado serios, poco prácticos y donde la escucha real se pierde en el intento de sentar cátedra.


Pero hablar de asuntos sensibles en familia no debería vivirse como una charla incómoda, sino como un intercambio natural, cotidiano y flexible. De hecho, las mejores conversaciones casi nunca empiezan con un “tenemos que hablar”, sino con pequeños gestos, preguntas casuales y la disposición de compartir, no de imponer.


Para lograr un buen diálogo con nuestros hijos sobre cuestiones importantes, lo primero es preparar el terreno.

¿Por qué odiamos tanto los discursos?


La respuesta es sencilla: porque no ayudan, imponen. Nadie recuerda con cariño aquella charla de 40 minutos de un profesor o de un padre/madre que quería “dejarnos claro cómo son las cosas”. Lo que sí recordamos son esas conversaciones más distendidas y naturales, donde hubo espacio para la duda, para la risa y hasta para equivocarse sin miedo.


Cuando cambiamos el discurso solemne (más propio de un congreso que de una charla cercana) por un diálogo en el que todos pueden hacer preguntas sin temor y encontrar respuestas desde la calma, lo que transmitimos no es distancia ni autoridad, sino confianza y complicidad.


Y cuando hablamos de temas sensibles con nuestros hijos, esa confianza lo es todo: la rigidez levanta barreras, pero un ambiente relajado abre la puerta a que vuelvan a preguntar cada vez que lo necesiten.

Hablar de temas delicados como un proceso, no como un evento


No se trata de preparar una gran charla para “dar el asunto por zanjado”, sino de entender que abordar cuestiones sensibles con los hijos es una práctica constante. Igual que no educamos sobre alimentación con una única conferencia sobre la importancia de las verduras, tampoco podemos esperar que un tema complejo se resuelva con un monólogo ocasional.


Cada etapa de la vida trae consigo nuevas dudas y situaciones, por lo que más que una única “conversación”, deberíamos pensar en una serie de diálogos periódicos.


La clave está en la continuidad y la naturalidad: que hablar de estos asuntos no sea algo extraordinario ni forzado, sino integrado en la vida cotidiana. Y al contrario de lo que muchos creen, no hay una edad “correcta” para empezar: lo importante es adaptar los contenidos y el tono a cada momento vital de tu hijo o hija.

Estrategias para educar sin dar discursos


Aquí van algunos recursos prácticos para transformar los sermones en aprendizajes que no generen incomodidad ni tensión, y que además inviten a seguir teniendo más conversaciones en el futuro:


1. Haz preguntas abiertas


En vez de soltar un “yo creo que…”, prueba con un “¿tú cómo lo ves?”. La pregunta invita al diálogo y evita la sensación de que hay una verdad absoluta que el otro debe memorizar.


2. Usa la vida diaria como excusa para crear símiles y analogías


Una noticia, una serie, un vídeo en redes sociales… cualquier situación cotidiana puede convertirse en una oportunidad para hablar de respeto, confianza, cambios del cuerpo, relaciones o cuidado personal. Cuanto más integrado esté en lo diario, menos raro se percibe. Esto resulta especialmente eficaz con adolescentes, cuando comentan la última serie de moda o surge una tendencia viral.


3. Normaliza el humor


La risa no le quita importancia al tema. Al contrario: relaja, conecta y abre el camino para que cuestiones difíciles o incómodas se hablen con menos presión. Poder (son)reír mientras tratamos un asunto sensible es, de hecho, una señal de que la conversación puede fluir sin incomodidad.


4. Sé vulnerable también


Compartir tus dudas, miedos o aprendizajes no solo transmite información, sino también ejemplo. Educar en temas delicados no significa tener todas las respuestas, sino mostrar que preguntar está bien. Y si no sabes responder a lo que tu hijo o hija te plantea… ¡no pasa nada! Puedes informarte primero o consultar a un profesional. Mostrarnos humanos, reconociendo que no lo sabemos todo, nos acerca y genera confianza.


5. Cambia las “lecciones” por microhábitos


En lugar de dar largos discursos sobre responsabilidad o cuidado, es más eficaz integrar pequeñas prácticas en lo cotidiano: comentar con naturalidad una noticia, proponer una revisión médica rutinaria o señalar una buena referencia en redes. Esos gestos sencillos enseñan mucho más que cien frases teóricas.

Educar en pareja: más coordinación, menos contradicciones


Cuando hablamos de educar a los hijos, la comunicación entre los padres es clave. Muchas veces, los conflictos no aparecen por lo que se dice a los niños, sino porque mamá y papá no transmiten el mismo mensaje. Y esa falta de coherencia genera confusión.


Si el cuidado y la comunicación están presentes de forma constante entre los adultos, evitamos esos silencios que luego estallan en discusiones incómodas delante de los hijos.


Un simple “oye, ¿cómo prefieres que tratemos este tema?” antes de hablar con ellos puede marcar la diferencia. No se trata de tener un manual perfecto, sino de mostrar unidad, escucharse mutuamente y ajustar el discurso para que los hijos perciban seguridad y claridad.


Lo importante no es estar de acuerdo en absolutamente todo, sino aprender a expresar las diferencias sin transmitir mensajes contradictorios. Coordinarse como equipo no solo da confianza a los niños, también fortalece la relación entre los padres.

Educar a menores o adolescentes: menos miedo, más curiosidad


El tabú nos ha hecho creer que hablar de ciertos temas con nuestros hijos es sinónimo de advertencias: riesgos, peligros, consecuencias negativas. Y sí, la prevención importa, pero no lo es todo. Educar también significa abrir espacio para que pregunten, se expresen, se equivoquen sin miedo y encuentren referentes en los que confiar.


Si hay una idea que deberías grabarte como un mantra es esta: “el miedo bloquea; la curiosidad activa”.


La educación empieza contigo


No puedes transmitir lo que tú mismo no te permites explorar. Si tu manera de relacionarte con temas sensibles está marcada por el silencio o la incomodidad, es probable que acabes repitiendo ese patrón con tus hijos.


Por eso, antes de dar lecciones, pregúntate: ¿qué necesito yo replantear sobre cómo enfrento estos temas? Porque la verdadera educación no es un discurso que damos a otros, sino un aprendizaje compartido que también nos transforma a nosotros. Al querer enseñar, también aprendemos.

En resumen: menos monólogos, más diálogos


La próxima vez que sientas la tentación de empezar con un solemne “tenemos que hablar”, prueba con algo distinto: una pregunta casual, un comentario durante la cena o un gesto de complicidad en el día a día.


La educación sobre temas sensibles no se construye a base de discursos, sino de pequeñas conversaciones que generan confianza. Porque al final, los diálogos que de verdad importan no son los que suenan a conferencia, sino los que nacen de la cercanía y se integran en los momentos cotidianos.

Andrés Suro

Autor: Andrés Suro  (Sexual Coach at MYHIXEL)


Psychologist specialized in the social area and expert in sexology applied to education.

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