Dolor placentero: cómo disfrutar del dolor en la cama
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Hablemos de dolor y placer pero, ¿cómo estos dos conceptos se ven relacionados? Pues, por increíble que parezca, a veces el dolor nos produce una sensación placentera. Seguramente ya he captado tu atención, aunque primero hay que explicar que existen diferentes tipos de umbrales de dolor, algunas personas lo toleran más que otras.
Esto no es ni mejor ni peor, pero estoy seguro de que si te paras a pensar, en realidad hay un montón de actividades cotidianas que son, en parte, “dolorosas” y que a la vez pueden resultar agradables y placenteras como correr, tatuarse, hacerse un piercing o ciertos masajes terapéuticos. Aunque hay otras actividades a las que no nos llegamos a acostumbrar nunca.
Pero este placer se puede entrenar. Con esto no quiero decir que haya que disfrutar de tener que andar sobre brasas o que miles de hormigas te muerdan, como en ciertas culturas y costumbres. Ni tampoco significa que no trates ese dolor insoportable de espalda. Pero sí que existe un amplio campo de prácticas sexuales que implican dolor. Aquí te contamos las claves de cómo disfrutar de ellas.
No podemos hablar del mecanismo del dolor sin mencionar algunos aspectos básicos del funcionamiento de nuestro sistema nervioso. Pero no te preocupes, hablaremos solo del ABC del porqué el dolor puede llegar a resultarnos placentero. Así que, coge asiento, abre tu mente y descubre el maravilloso mundo que estás a punto de conocer.
En términos biológicos, el dolor y el placer están estrechamente relacionados. Todo comienza cuando percibimos un estímulo externo. Nuestro cerebro se encarga de procesarlo y de diferenciar si es placentero o doloroso. Dependiendo de lo que determine, el hipotálamo desencadenará una respuesta endocrina, liberando endorfinas. Y ¿qué son las endorfinas? Son las encargadas de enviar las señales a nuestro cerebro para aliviar el dolor y dar sensación de bienestar.
Pues bien, esta sensación de alivio nos puede generar una percepción placentera que deriva en un fenómeno conocido por algunos autores como “masoquismo benigno”, es decir, la búsqueda del dolor que sabemos que no va a tener consecuencias graves sobre nuestra salud. Como podrás ver, aquí es donde entra en juego nuestra mente.
Como podemos concluir del apartado anterior, la seguridad y el control son esenciales para asociar el dolor con el placer. Por ejemplo, no vivimos de la misma manera que saltar en paracaídas sin saber todas las medidas y conociendo todos los protocolos de seguridad. Tampoco es lo mismo saltar sin estar convencido o accidentalmente, que hacerlo con una motivación de fondo. Es decir, la forma de vivir el dolor como algo placentero es “engañando” a nuestro sistema nervioso.
No podemos dejar atrás la interpretación del dolor. Es decir, puede que un dolor sea más intenso que otro, pero si interpretamos el más fuerte de los dos como más suave, el cuerpo activará aquellos mecanismos necesarios para que así lo sintamos realmente.
Pero la cosa no queda ahí. Digamos que en el terreno sexual hay otro importantísimo factor a tener en cuenta: el papel de las endorfinas, que hemos mencionado anteriormente. Esta sustancia tiene varias funciones, una de ellas es inhibir el dolor y producir la sensación de alivio.
Las endorfinas se segregan de forma natural durante la actividad sexual. Por lo tanto, en nuestros encuentros sexuales podríamos decir que el dolor puede llegar a ser doblemente placentero. Es decir, por un lado, obtenemos el efecto de las endorfinas que se liberan de forma natural durante la actividad sexual, pero si además, durante este encuentro se da algún estímulo doloroso, la cantidad de endorfinas que fabricamos es mayor, resultando en un placer aumentado. No olvidemos que, cuando hablamos de dolor durante la actividad sexual, nos referimos a aquel que es consensuado y deseado.
Por otra parte, el placer que puedes llegar a obtener en el sexo mediante el dolor es proporcional a la intensidad del dolor: a más dolor, mayor será el alivio y la sensación “sedante” producidas por las endorfinas y nuestra mente. En efecto, muchas personas experimentan placer cuando son recompensadas justo después de sentir dolor. ¿Quieres saber cómo?
En efecto, como puedes imaginar, este placer es algo que puedes llegar a entrenar. El cómo es bastante obvio: vinculando esas señales de dolor controlado con experiencias placenteras. Pongamos el ejemplo de la comida picante. Por norma general, los niños rehuyen de estas comidas porque les resultan desagradables. Esto es porque la capsaicina, molécula presente en el picante, es la responsable de que sintamos que nos quemamos la boca.
Entonces, ¿cómo es posible que haya tanta gente a la que le guste la comida picante? Pues bien, la capsaicina, a pesar de provocarnos esta reacción, es una sustancia inofensiva, por lo que su ingesta se traduce en un dolor controlado y seguro.
Si acostumbramos nuestro paladar al picante, seremos capaces de separar el alimento del dolor físico y veremos como resultado una apetencia y disfrute por las comidas que incluyen estos ingredientes especiales. Siguiendo la teoría del “masoquismo benigno”, estas comidas nos llevarán con el tiempo a sensaciones de adrenalina y euforia. Este fenómeno, es aplicable a cualquier tipo de experiencias de dolor controlado, como las que vivimos en el sexo con el BDSM.
El “masoquismo benigno” está muy presente en las prácticas de bondage/disciplina dominación/sumisión y sadismo/masoquismo (cuyas siglas en inglés forman BDSM). De hecho, la mente de las personas que suelen practicar el masoquismo procesa el dolor como estímulos neutros o placenteros en sí, independientemente de la posterior sensación de alivio. Esto no sólo se limita a las prácticas sexuales, sino a cualquier tipo de dolor.
La relación entre el placer y el dolor no es exclusiva de estas prácticas eróticas. Como hemos mencionado, existen multitud de actividades con las que disfrutamos en nuestro día a día y que conllevan cierto dolor. Por supuesto, hay variables, como la personalidad, que influyen de manera decisiva en que llegues o no a obtener placer mediante estas prácticas. Al fin y al cabo, todos somos diferentes. Pero si te has quedado leyendo hasta el final, seguramente el dolor no sea tu enemigo, sino tu aliado.